Hay una pequeña región literaria a la que por cruenta, cruda o especialmente incisiva en el género del desastre humano, se la toca apenas de cuando en cuando para recordarnos cuáles son las regiones más oscuras de la narración. A veces, con un resultado vomitivo; otras, como es el caso del libro de relatos de Zoran Malkoč,El cementerio de los reyes menores, provocando una adicción tan blanca como la polvareda que deja una droga: con un regusto de inocencia bruscamente cercenado con la brevedad de su narración impecable.
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