‘Los desafortunados’ apareció en febrero de 1969 y, si fuéramos clásicos en nuestras apreciaciones, deberíamos juzgarlo como un precursor de la literatura del duelo, pero con Johnson es imposible acotar tanto el terreno. La idea de esta novela heterodoxa y con la verdad por bandera nació de un viaje a Nottingham, donde acudió el autor para cubrir un anodino partido de fútbol que le permitió recordar con nítida bruma muchos de los recuerdos vividos en la ciudad junto a su amigo Tony, muerto de cáncer pocos años antes. Mientras el juego avanzaba se amontaba la memoria, deshilachada como el volumen editado por Rayo Verde, y ello no obedece a ningún capricho, sólo a lo aleatorio de la mente, azarosa en el batiburrillo de pensamientos generados por el espacio y las efemérides recobradas, esparcidas en el cerebro sin una estructura concreta, sólidas en el texto, líquidas en el vaivén neuronal.
Mediante este recurso desafió la lógica de la sucesión numérica sin imitar las hojas sueltas de ‘Composición nº1’ de Marc Saporta. La única condición para leer como se debe ‘Los desafortunados’ es respetar el inicio y la conclusión, los 25 pliegues restantes pueden mezclarse como si fueran cartas de una baraja vital donde las piezas terminan por encajar porque forman parte de un todo coherente. La única fisura, motivo de extrañeza para quien se aferre a la normalidad, es su forma, perfecta para dar a la literatura mimbres conceptuales desde lo objetual.