Sin memoria, además, no hay posibilidad de catarsis y Las tres muertes de K, además de resultar un necesario canto contra la deshumanización plenamente vigente, es un valiente ejercicio de intentar conjurar los “demonios del pasado” que persiguen al superviviente durante toda su vida. Porque no puede ser al final que el cartero del inicio sea ese dybbuk, esa alma en desasosiego, que se adhiere a una persona, generalmente para atormentarla, en la mitología judía, que se presenta con el franqueo pagado apuntando culpas y omisiones “como si más allá de la muerte innecesaria, quisieran estropear la vida necesaria, esa que no cesa y que nos demandan los hijos y los nietos”.
Porque otra lección que no debemos olvidar es que por mucha cera que pongamos en nuestros oídos, nada podrá protegernos del silencio atroz de las sirenas.